domingo, 30 de junio de 2013

La Mesa Té Club

¿Qué pasó con la Mesa Té Club? Supongo que como yo, muchos recuerdan, y de manera bien “fresca”, la aparición constante de la larguísima mesa Té Club en campañas multimediales. Pero aunque la marca sigue estando muy presente y bien posicionada, le perdí la pista a la mesa hace ya bastante rato.

Quizás tenga algo que ver con los nuevos tiempos y el escenario actual de Chile. Porque las campañas de las marcas grandes suelen conectarse de forma bien lógica y cercana con el contexto histórico y popular que las acompaña. Y algunos podrían sostener que hoy en día las mesas en las casas y lugares de reunión social son cada vez más chicas y en ellas no siempre hay lugar para cualquier invitado.

Actualmente, podemos encontrarnos con fragmentos de esa esencia integradora de la marca Té Club de antaño, por ejemplo en su portal web. Donde las únicas referencias directas que aparecen sobre este emblema publicitario es las en campañas sociales de años anteriores, de colaboración entre la Mesa Té Club con el Hogar de Cristo. Más bien como gancho comunicacional de este símbolo criollo tan reconocido, para agilizar la donación de desayunos para los niños de esta última institución. Apelando a la unión nacional con este práctico fin, que no dudo sea importante, pero que minimiza el enorme valor que pretendía el mensaje (la promesa) original.

En la misma página web de Té Club, ahora se promete otra cosa: una “unión digital”. Poniendo en vitrina la variedad de productos de mercado de la empresa, y centrando el vinculo de sus consumidores con la marca en los canales online de la misma. Los sitios web vinculados, sus redes sociales y demás canales de esta comunidad intangible.

En cierto sentido, aquí se pierde el símbolo más concreto. De esta mesa única pero democrática. Larga, la más larga de Chile. Siempre puesta y donde había un puesto para todos. Relacionando desde paisajes sureños a nortinos, desde la cordillera hasta la costa y desde la ciudad hasta el campo. Compartiendo e integrando en ella al abuelo con los nietos, a la madre con los hijos, al ejecutivo con el campesino y al anfitrión de turno con los invitados más inesperados.

Por estos días, repletos de contingencias sociales, políticas, educacionales, culturales, económicas, podría resultar una promesa algo lejana. Ajena. Aunque así como la hora de once (o “las onces”) en Chile parecieran haberse logrado mantener, junto a unas pocas marcas locales fuertes, como el momento de mayor unión familiar, más allá de desencuentros y alejamientos de cada uno con sus seres cercanos. Puede que esta imagen de esta marca criolla en particular no sea tan surrealista.

En definitiva, respecto a la búsqueda de la mesa: es preferible no negar su vigencia, ni cuestionarse su pasado, sino evaluar sus posibilidades de proyección. Mal que mal, como en todo Club, solo basta que existan personajes “inscritos” o interesados en unirse a él. Y pongo en duda que la única manera hoy sea a través de internet.